domingo, 12 de abril de 2009

TERTULIA


PALABRAS QUE BROTAN
Realmente no eran las 5 am. Eran las 4:00 am.
Las ventanas empañadas por el frio, con un poco de rocío en su reflejo. Levantarse en medio de la oscuridad y organizar el uniforme del colegio: la camisa del día, los jeans, los interiores marcados con las iníciales, las medias y los forches. Luego, empezaba todo un ritual para vencer el agua helada de la ducha. Las oraciones respectivas y en un dos por tres, listos. El desayuno: una arepa con olor a petróleo. Agua de panela con olor a petróleo. Un pan con sabor a petróleo. De la casa al colegio en medio de la oscuridad. En la calle una danza de lámparas, linternas y velas. Realmente no eran las 5:30 am. Eran las 4:30 am.Las manos congeladas y la nariz goteando. Era lunes, de noche aun, con frio y sin la tarea de matemáticas. Otra semana de racionamiento. 1992.
Bueno, las tardes eran otra cosa. No eran la 1:00 pm, eran las 12:00 m. del colegio a la casa. Las tardes rendían, hasta para no hacer la tarea de matemáticas. Un vuelton en la bici, la copa de un árbol. Un, dos, tres mangos con sal y un picado de futbol en el peladero; unas ochas y luego para la curva donde Juli López, Juli Ortiz o Juli Vargas, cualquier Juli con tal de seguir el amor eterno de Wennie y Kevin; en fin, las tardes eran de oro.
La comida: una sopa con olor a petróleo, arroz con olor a petróleo. Carne molida con sabor a petróleo. En ese entonces era un niño más delgado que ahora.
A las 7:00 pm, en realidad las 6:00 pm, y aun los pájaros por entre los las costuras naranjas de los cables de energía y las cometas en el cielo y uno que otro jugando ponchado en la calle. Se Prende la tele, acomodando la antena de aire y entre las rayas el padre García Herreros: dios mío en tus manos colocamos este día que ya paso y la noche que llega… y… se va la luz.
¿Qué? Solos a la luz de una vela, con las manos todavía limpias, un sol agónico en las comisuras de las montañas y en el fondo unas cuantas voces que murmuran y ríen, en un balcón o en una sala, están tertuliando, están cerca de los recuerdos, cerca de los íntimos.
A Juli (cualquiera de las tres) no la dejan salir después de las siete, a sabiendas que tan solo son las seis. Las voces ahora atraviesan las paredes. El walkman sin pilas. No música. Ya están más cerca estas voces. Trato de mirar por la ventana de la calle y solo veo destellos de velas y una que otra casa con luz de planta.
Entonces me concentro y escucho una de las voces, es familiar. Es una voz conocida que está contando algo. No murmura. Se deja ver claramente en la oscuridad de lo íntimo. Tardo un poco para reconocer la localización de esta voz. Narra algo como si lo viera en un álbum de fotos; todos sus recuerdos, todos sus momentos. Pasa de hoja despacio. Cuenta los detalles, las esquinas y los rebordes de la historia, pareciera que lee su vida como un libro muy personal. Respira profundo y se acuerda de un año, lo escucho bien, ya con esta lo ha dicho dos veces, mil novecientos noventa y dos, y una tercera vez más, 1992. Un año que para Colombia quedo en el olvido. Pero estoy seguro que para los empelados de TELECOM y quien sabe para cuántos trabajadores y estudiantes que se cansaron de comer casi un año arroz con sabor a petróleo, este año, 1992 está marcado en cada foto del álbum.
Retiro un poco de cabello de mi rostro y soy yo el que habla. Soy yo la voz que cuenta la historia. Es mi voz sentada junto a unos desconocidos que escuchan. En un lugar que no es mi casa. Ya a 17 años de distancia y aun tan cerca de mi mamá y Sebas, de Zulma, Jenny, Irma, Diego y Tatú. En aquellas noches esperando la llamada de mi papá, un sindicalista de la empresa del estado, que lejos de casa lucha por un año más de dignidad para personas que ni siquiera conoce, pero para él, como para muchos que en 1992 aprendimos obligados a escucharnos, a saber del pensamiento del otro, de sus miedos, a buscar sus risas, de sus historias, el no conocerlas es un motivo más para repasar nuestro libro, el álbum de nuestras historias, nuestras pasiones, nuestras pluralidades, en donde un acto sencillo de intimidad hace brotar palabras de la oscuridad.

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